En el año 1993, por encargo de la Oficina de Naciones Unidas en Ginebra, publiqué un artículo a modo de sermón que contenía consejos para evitar los daños corporales que producen las posturas inconvenientes mantenidas durante largos periodos de tiempo; en él, ya se predicaba la conveniencia de la movilidad que yo había aprendido del diseño y ergonomía de los escandinavos, gente que ya lleva tiempo con esa máxima de andar meneándose cuando se está sentado. 

Philips Lighting ayuda a innogy

HyperFocal: 0

(Antonio Bustamante, ergónomo, Más en Diseño del Espacio Interior de la Escuela Elisava)

En esos años, ya no eran novedad los efectos nocivos que tenía el uso de ordenadores sobre oficinistas y mecanógrafos de ambos sexos: los responsables del Servicio Médico de las Organizaciones Internacionales constataban que se habían multiplicado los síndromes de túnel carpiano, lumbalgias, cervicalgias y alteraciones en la vista desde que las pantallas empezaron a desplazar al papel. El material informático que iba llegando a los puestos de trabajo requería un mobiliario que permitiera teclear y escribir sin perder la compostura y, en aquellos años, los fabricantes de mobiliario de oficina competían en ofrecer soluciones al nuevo entorno de trabajo que generaban los medios informáticos que se instalaban implacablemente.

Raúl Benedito

Dos de las empresas que habían ofrecido sus sillas de oficina a las Organizaciones Internacionales de Ginebra me habían llamado la atención por su publicidad que, en vez de ensalzar la comodidad de las posturas de los asientos que anunciaban, hacían hincapié en las cualidades que éstos tenían para inducir al usuario a cambiar de postura a menudo, predicando que la mejor postura de trabajo era…. ¡la próxima!

Su ideología de la sedestación era anti-sedentaria: la movilidad del cuerpo, decían, favorece la circulación de la sangre, el hombre está hecho para moverse, el inmovilismo corporal es insano… Entendí que sentarse es un acto cultural y que estas empresas que podemos llamar “vikingas” tenían una cultura del sentarse basada en el frío, en la necesidad de moverse para hacer circular la sangre, menear el cuerpo y evitar congelaciones: razones geográfico-culturales que no tenían nada que ver con las de las empresas que basaban su publicidad en la estática comodidad de sus asientos, en los que el jefe de la oficina era tratado como un faraón, antiguo rey egipcio que podía sentarse ligero de ropa y no pasar frío gracias a la benignidad del clima de su Nilo: en estas circunstancias no tenía ningún peligro de enfriamiento inconveniente y su sedestación tendía a la inactividad, a la vagancia.

Así que entendí que las empresas de sillería, italianas, francesas, alemanas y suizas arrastraban una cultura de la sedestación con sello mediterráneo, con la comodidad como objetivo.

La ideología de estas empresas “mediterráneas” contrastaba con las “vikingas”, cuyo símbolo más conocido era la silla Balans del noruego Peter Opsvik, asiento que no tiene respaldo y en el que el tronco del usuario lo sostienen las nalgas y muslos y que, además, apoya a las piernas por debajo de la rodilla.

El balanceo al que se ve sometido el usuario de la Balans hace que éste no pare de menearse, haciendo repetidamente una micro-gimnasia que es buena para la salud, en una postura abierta en la que las curvas fisiológicas de la espalda no se pierden, ni su cintura escapular tiende a cerrarse como sucede en la mayoría de las sillas “mediterráneas”.

La Balans es uno de los asientos más conocidos de Opsvik, pero tiene otras realizaciones en las que se trasluce todavía más claramente la ideología vikinga desde las que están hechas: una de ellas es la Garden chair que, a mi entender, es un autorretrato de la sedestación vikinga.

En efecto, cuando Peter Opsvik presentaba su visión de lo que es el humanísimo asunto del sentarse, contaba que el hombre está hecho por y para la motricidad, que está hecho para desplazarse y que esta necesidad de desplazarse ha sido uno de los factores principales del “diseño” del ser humano. Para ilustrar esta característica motriz del homo sapiens, Opsvik mostraba la imagen de un hombre subido a un árbol y explicaba que esa imagen era la antítesis del sedentarismo inmovilista.

Con un sentido del humor muy creativo, este vikingo ejemplar diseñó la Garden chair, que no es una silla para jardín sino una silla que imita uno de los elementos que se encuentran en muchos jardines: el árbol, así que uno no se sienta sino que se sube a ella y allá arriba se instala como hace cualquier niño en cuanto puede explorar cómo se está a horcajadas en la rama de un árbol. Para sentarse en este asiento-árbol primero hay que hacer ejercicio y treparlo, y cuando el dinámico sedente se pone a descansar, este aparato reposador le invita constantemente a cambiar de postura.

Subir al árbol

 

Tuve mucho gusto en conocer a Peter Opsvik, que para mí es un maestro, y de exponerle mi método para evaluar la calidad postural inducida por una determinada configuración de trabajo ante pantalla de visualización de datos. Este método se basa en medir el tiempo en el que el usuario en sedestación mantiene las curvas fisiológicas de la bipedestación. A Opsvik le pareció muy bien mi método, pero me hizo observar que no tenía en cuenta las veces que el usuario cambiaba de postura; y tenía razón: mi método es “mediterráneo” y no tiene en cuenta aquello de que “la mejor postura es la próxima”. Añadiéndole un “factor vikingo” que contabilice los cambios de postura por unidad de tiempo, el método refleja lo más relevante de ambas culturas.

Así que los mediterráneos debemos a los vikingos esta atención a la dinámica del puesto de trabajo sedente y creo que haremos bien en reconocer que toda esta ideología del no parar quieto la ignorábamos cuando hace más de 30 años, Peter Opsvik hizo la Garden chair, mientras nosotros sentábamos a la gente como a faraones estáticos, sin interesarnos en si se meneaban o no, o incluso predicando su inmovilidad; hacemos el ridículo al simular que hemos descubierto las excelencias de la sedestación dinámica y atribuirnos el hallazgo de lo que hemos aprendido de los nórdicos.

Y yo, que soy mediterráneo, creo ser un ejemplo de esta influencia, pues entre mis experiencias con los objetos reposadores que inducen posturas intermedias, posturas que no son ni de pie, ni sentado, ni tendido, está el diseño del 25º: un apoyo lumbodorsal que sospecho le debe mucho a la Garden chair y a todo lo que nos enseñaron los vikingos al dinamitar lo de sentarse en forma de cuatro.

Gracias a la influencia de los nórdicos, resulta que el faraón, que era paradigma de quietud, ahora se tiene que menear a menudo.

 

 

 


 

web-Antonio-Bustamante-3

Texto: Antonio Bustamante.
Arquitecto ETSAB,  ergónomo U.P.C., 
posturólogo CIES, 
profesor del Postgrado en Diseño del Espacio 
de Trabajo. 
Máster en Diseño del Espacio Interior 
de la Escuela Superior de Diseño 
e Ingeniería de Barcelona, Elisava. 

Ilustración: Raúl Benedito.