Con un entrañable Monsieur Hulot perdido en el laberinto incomprensible de unas oficinas hiper modernas arranca Playtime, una historia que nos coloca un espejo sobre el diseño mal entendido.
Monsieur Hulot entra en un despersonalizado rascacielos de cristal con el objetivo de celebrar una cita concertada con Monsieur Giffard. El inmenso espacio donde ingresa, laberíntico y sin referentes, parece un zoco hipermoderno con escaleras mecánicas, ascensores y separadores de cristal que desconciertan al personaje. Es un edificio de oficinas, pero podría ser el vestíbulo de un aeropuerto o unos grandes almacenes.
Monsieur Hulot
En aquel dédalo de pasillos, los personajes no consiguen encontrarse. En un momento dado, desesperado por el juego del gato y el ratón que asumen los dos caballeros sin querer, Hulot sube unas escaleras, se asoma a un balcón interior y contempla abrumado un paisaje interminable de casilleros donde los trabajadores desempeñan sus tareas. Lo cubos no tienen techo y la sensación de alienación es tremenda.
En este contexto, el protagonista simboliza el viejo París, que sólo veremos reflejado en las cristaleras del edificio. Es PlayTime, la película que arruinó al genial cineasta francés Jacques Tati y que no se entendió en su época. Ahora se ha convertido en un film de culto.
El racionalismo cuestionado
La cinta Playtime carece de argumento lineal y sólo muestra una serie de retablos críticos pero cariñosos sobre los excesos del racionalismo.
Llama la atención la mirada cómica pero afectuosa hacia una modernidad que parece inevitable y a la que cedemos sin perder el sentido del humor. Las personas se adaptan, pero con un guiño de escepticismo que sugiere que volveremos a recuperar las plazas y los edificios para que sean ellos los que se acomoden a nosotros.
TATIVILLE, EL NO ESPACIO
Jacques Tati hizo levantar en las afueras de París una ciudad, diseñada por Eugène Roman, para la película. Un frío distrito de oficinas que costó cinco meses de trabajo y un montón de dinero. Tativille, la verdadera protagonista, incluyó calles y semáforos reales y algunos edificios pequeños que se podían mover sobre rieles.