La tristeza y el desorden de una oficina perdida en una anónima gran urbe son el escenario de una historia de derrumbe moral de cinco personajes al borde de la ruina. Los tópicos del despacho ochentero sirven para explicar la pobre catadura de los protagonistas de Glengarry Glen Ross.

Interior de una oficina cochambrosa de una empresa inmobiliaria en una gran ciudad norteamericana. Podría ser Chicago o Nueva York. Cinco comerciales acostumbrados a trabajar a medio gas vendiendo inversiones de dudoso destino se ven interpelados por un nuevo director que envían los propietarios para mejorar resultados. Éste les enardece hasta el insulto y finalmente les anuncia que sólo quedarán los dos que consigan las ventas más altas. El resto será despedido. Se desata una lucha encarnizada por sobrevivir en una selva de desconfianzas, zancadillas y sobornos. Los diálogos, cortantes como el filo de un cuchillo, retratan la miseria mortal de ciertas prácticas y la degradación a que se ven empujados los personajes por las circunstancias.

David Mamet

Glengarry Glen Ross es, sin duda, una de las mejores obras teatrales de David Mamet.  La película que rodó James Foley con este texto es ya un clásico en el que sobresalen las interpretaciones de Jack Lemmon, Al Pacino, Alan Arkin, Ed Harris, Kevin Spacey y Alec Baldwin. Algunos críticos lo calificaron como el elenco más potente de actores norteamericanos jamás reunido.

Glengarry Glen Ross

Apenas hay más escenario que el triste espacio de trabajo en el que se reúnen todos los días los personajes para realizar sus operaciones por teléfono. La deprimente oficina, en este sentido, se convierte en el séptimo protagonista de la historia. Refleja en sus desgastados escritorios la propia decadencia de los empleados acostumbrados a vender escenarios idílicos mientras ellos mismos están rodeados de papelotes y archivos polvorientos.

Mesas y archivadores de baja calidad

La oficina retrata a la perfección el ambiente opresivo y siniestro de un espacio de trabajo descuidado y sombrío de mitad de la década de los 80, cuando Mamet escribió la exitosa obra. Es un precioso catálogo de elementos desfasados que representa el escenario de un despacho abierto donde cada trabajador tiene su propio escritorio con una botella de whisky escondida en el último cajón. Mesas y archivadores metálicos de baja calidad conviven con flexos a punto de romperse, calendarios de cartulina, cajoncitos de plástico llenos de fichas, teléfonos con apoyadores, bandejas metálicas, máquinas de escribir mecánicas, pizarras de madera, calculadoras Texas, tarjetas para fichar y, cómo no, una foto familiar enmarcada en latón. De las sillas de trabajo, mejor no hablar. La palabra ergonomía no se había inventado en aquella época.

El caso es que la oficina retratada en la película no difiere demasiado de las que recordamos los que entrábamos en el mercado de trabajo durante aquellos años. Los tópicos del espacio deshumanizado se acumulan en la cinta creando una simbiosis entre el desorden, la acumulación de papeles y la ausencia de confort que son el telón perfecto para la batalla de mezquindades que tiene lugar allí. Las personas, justo al contrario de lo que hoy consideramos la oficina ideal, están situadas al final de la cadena del negocio. Porque la falta de escrúpulos también se puede fomentar.

Glengarry Glen Ross

UNA OFICINA PARA LOS MEJORES

Jane Musky, creadora de los sets de Glengarry Glen Ross es una afamada diseñadora de producción norteamericana con una larguísima carrera de diseño de escenarios para cine. Ha declarado que esta cinta es su preferida porque le permitió trabajar con los mejores. “Las historias de David Mamet disfrutan de un gran lenguaje, textura y sentido del lugar, que alimentan sus historias. Ese sentido de lugar, ese momento en el tiempo, es un regalo para que un diseñador lo defina”.

TEXTO MARCEL BENEDITO 
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