Gary Cooper llenaba tanto la pantalla de El Manantial, aquella película en que hacía de arquitecto, que su despacho estaba vacío. Vigilemos los despachos de los arquitectos porque hablan de ellos con más fidelidad que sus propias carreras, especialmente si vamos a hacerles un encargo.
El despacho un arquitecto es el lugar donde vuelca todo su mundo interior, las ideas más audaces, los anhelos incumplidos, sus principios proyectuales y su universo creativo. Estas casas se distinguen, además, porque están amuebladas con pocos elementos, entre los cuales siempre hay un asiento de los Eames y tal vez una tumbona de Le Corbusier a modo de fetiche. Nada más que pueda interrumpir la belleza de la luz reflejada en las aristas interiores.
Gary Cooper se erige en abanderado del individualismo creativo más recalcitrante en The Fountainhead, película de King Vidor de 1949 basada en una obra de la filósofa objetivista Ayn Rand, un poco mosqueada con el resultado.
¿Pero qué ocurre con el despacho de ese mismo arquitecto? Aquí no hay más remedio que ser prácticos porque hay que albergar ordenadores, cajones para planos, luces directas, plotters, gente incluso… Y, sin embargo, el despacho del arquitecto es su propia tarjeta de visita, es el mejor escaparate de su trabajo y lo primero en que se fijan sus clientes cuando entran para una reunión previa. Ahí es donde se juega su prestigio de verdad.
Como libros abiertos
Mi teoría es que los despachos de los arquitectos son libros abiertos que hay que leer cuidadosamente antes de firmar nada. Si está abarrotado de libros, planos, papeles, prototipos de lámparas y recuerdos étnicos nos hallamos ante un viajero empedernido y desordenado que nos va a dar mala vida en el desarrollo del proyecto. Si, por el contrario, se trata de un despacho impoluto donde se pueden distinguir hasta doce matices del blanco, probablemente nos enfrentamos a un maníaco del detalle empeñado en ordenar el universo en líneas rectas lo que, a la larga, puede ser más nocivo incluso que el caos apasionado del primero.
Otros presumen de maquetas para avalar con sus obras ya realizadas –o que no llegaron a la final del concurso– todo lo que está por hacer. Las representaciones a escala en madera y los prototipos son el centro de atención del despacho convirtiéndolo en una suerte de plató de ciencia ficción de los años cincuenta. Algunos presumen de los muebles que han diseñado, enseñando sin querer la patita de una carrera equivocada y se niegan a incluir lo que llaman muebles industriales. Éstos son los que multiplican el presupuesto por cuatro antes de acabar la obra puesto que es necesario hacerlo todo a medida (en nuestro país tenemos algún ejemplo internacional ilustre).
La oficina como personaje
Finalmente están los que se montan el despacho con cuatro estantes de madera y cajas de cartón azetas montadas por el dorso. Suelen presumir de reciclarlo todo y lo demuestran utilizando botellas amarillas de lejía como pantalla para las lámparas. Aquí conviene cerciorarse de que hay un arquitecto titulado en el estudio.
Los despachos de los arquitectos ideales no existen. Se trata de un personaje, o más frecuentemente, de un equipo que debe aunar el talento creativo con el rigor constructivo, la disciplina del presupuesto con la capacidad de convicción, la autoestima profesional con la humildad bajo contrato. ¿Quién le monta una oficina a un sujeto así? Es muy complicado.
La oficina de Howard Roark, el arquitecto que Gary Cooper encarnaba en la película El Manantial (King Vidor, 1949) se representa con una mesa de dibujo y muchos planos de gran tamaño. Y algo que resulta imprescindible para entender la visión del personaje, y la de los arquitectos en general, las vistas a la Gran Manzana a través de ventanales gigantes. Acero y cristal… La proyección al exterior es lo que define al arquitecto del film que, por lo demás, es un ingenuo abanderado del racionalismo más recalcitrante, lejanamente inspirado en Fran Lloyd Wright (que, por cierto, les pidió una pasta larga para diseñar dos casas de ficción y los productores prefirieron inventarlas).
No hay oficina cuando el personaje lo ocupa todo. Cuidado, que estos pueden ser los más peligrosos del elenco.
EL MANANTIAL TEXTO MARCEL BENEDITO FOTOGRAFÍA CORTESÍA WARNER BROS.