Nos interesa la visión del arquitecto Fermín Vázquez sobre el espacio de trabajo porque mantiene una distancia sana con la obsesiva carrera del equipamiento interior de las oficinas. Su trabajo, recientemente premiado por un rascacielos en Sao Paolo, es el de un creador riguroso e imaginativo que asegura que hay decisiones que no se pueden explicar con la razón. Pero que, sin ellas, los espacios carecen de alma.

¿Cuáles son las fuentes de inspiración actuales?
Los arquitectos mantenemos un cierto fetichismo con los edificios, queremos verlos en vivo. Pero intento nutrirme de otras cosas, además de los viajes y las revistas de arquitectura. Prefiero acudir a otras fuentes como los avances científicos. La tecnología es el gran desafío de nuestro tiempo porque nos plantea cómo debemos usar estos avances.
El éxito de un proyecto, en nuestra profesión, es más difícil de lo que parece. El aluvión de soluciones nuevas que hemos experimentado durante los últimos treinta años es muy positivo porque ha mejorado enormemente la calidad de la construcción, pero somos conscientes de que todo es mejorable.

¿La arquitectura tradicional ya es historia?
La arquitectura popular sobrevive porque es el resultado de la experiencia acumulada de muchas generaciones de arquitectos, decantada lentamente durante siglos. Sin embargo, ahora, el reto es que debemos asumir todas las novedades inmediatamente, ser innovadores, aprender a gestionar todo eso y, además, aportar nuevas ideas.
La tecnología nos dirige, determina nuestro trabajo. No podemos resistirnos a ella. Es fácil adaptarla, pero difícil de evaluar. En mi opinión, las grandes redes sociales están creadas con buenas intenciones, pero las consecuencias de su implantación masiva son difíciles de prever.

Tras años como arquitecto en varios estudios de Reino Unido, llegas a España en 1997 y fundas el estudio b720 Fermín Vázquez con Anna Bassat.
Mis años como arquitecto joven en Reino Unido me sirvieron para adaptar una experiencia de arquitectura única, propia de un país que lleva muchos años trabajando con un nivel de calidad muy alto. Era un entorno profesional más riguroso, más rico, en una sociedad que es más competitiva y exigente. La forma de trabajar en España era diferente en aquel momento. Eso sí, muy capaz teniendo en cuenta el nivel de retribución de los arquitectos, muchos de ellos verdaderos héroes que se desvivían por una arquitectura que nadie estaba dispuesto a pagar. Afortunadamente, esto ha cambiado sustancialmente y ahora somos una sociedad próspera que se puede permitir un alto de nivel de arquitectura. La calidad de nuestros edificios es consecuencia de cuánto tiempo dedicamos a pensarlos y construirlos bien.
En realidad, los arquitectos españoles estaban mejor formados que los ingleses. Otra cosa es que ellos se movían en un entorno de trabajo más maduro, donde había mejor edificación y servicios. Porque, en definitiva, los estudios de arquitectura somos empresas de servicios.

¿Tu experiencia en UK te ayudó en aquel momento a trabajar en proyectos de arquitectos de otros países?
Estábamos acostumbrados a una forma de trabajar que inspiraba cierta confianza a los estudios foráneos. Éramos muy rigurosos y, si hacía falta, nos arremangábamos en la obra. Transmitíamos una imagen de doble tranquilidad para los arquitectos de fuera. Apreciaban los valores que formaban parte de nuestra filosofía de trabajo: aspirar a hacerlo todo bien, con cariño. Ello nos permitió involucrarnos en proyectos emblemáticos con arquitectos como Chipperfield, Nouvel o Ito. Sin duda, fue un aprendizaje muy valioso. Fue como superponer varias carreras a la vez. Es una suerte tener la ocasión de trabajar en proyectos complejos con colegas brillantes. Y, además, el ejercicio de trabajar con otro estudio te obliga a plantear ciertas cuestiones en tus propios proyectos en el futuro. ¿Cómo lo haría ese arquitecto en particular?

¿Qué opinas Fermín Vázquez del fenómeno de los arquitectos estrella en los años de abundancia?
Tengo una opinión ambivalente sobre este tema. Por un lado, me parece muy banal que un alcalde pretenda añadir una firma estrella a su legado. Es una visión cínica de la sociedad de consumo y de la necesidad de sorprender al consumidor continuamente. Pero, por otro lado, el atractivo de incorporar al skyline de una ciudad el trabajo de las grandes figuras hace que la arquitectura entre en el debate general e incorpore cuestiones de interés amplio. Además, estos arquitectos, en general, hacen cosas que están bien. No están todos los que son, pero son bastantes. Se puede criticar si aportan mejoras o si entienden las ciudades, pero, en cualquier caso, el debate es útil.

¿En qué ayuda que se abra un debate público sobre la arquitectura?
Es bueno que los grandes equipamientos se proyecten con implicación de las personas que van a utilizarlos, con la gente de los barrios y la ayuda de grandes equipos. Y quizá acabe siendo bueno que sea así, aunque al final siempre tiene que haber una intervención personal. Luego, hay que decir que hay decisiones del arquitecto que son necesariamente arbitrarias. Es inevitable. No son decisiones exclusivamente creativas, sino una parte de difícil justificación que hace que la arquitectura sea lo que es. La conciencia de que hay cosas que no son objetivables… y eso hace que la arquitectura sea algo diferente a la edificación. Eso, y resolver necesidades. Cuando se renuncia a una de estas dos cosas se está traicionando el sentido de nuestro trabajo. La clave es que se resuelvan de la mejor manera posible las necesidades de las personas; pero lo otro, también. Es un plus que surge inconscientemente sin el cual las cosas no tienen alma. No se puede caer en la pereza intelectual de no involucrarse.

La Torre Forma Itaim de Sao Paulo ha ganado el premio al mejor rascacielos en el reciente congreso organizado por el Council on Tall Buildings and Urban Habitat en Shenzhen…
Hay cuatro categorías y nos han dado el premio a la de los edificios más bajos, de hasta cien metros, pero, al mismo tiempo, es la categoría más concurrida. Son edificios de unas treinta plantas, aproximadamente. El premio aporta más de lo que imaginábamos. Es un mundo poco conocido en Europa porque no se construyen tantos edificios altos. El CoTB es una organización muy prestigiosa dado que se construyen muchos rascacielos en Asia y Norteamérica. Los edificios en altura son muy atractivos. Es la aspiración de todos los arquitectos, hacer algo muy alto.

¿Cómo se puede controlar el uso que se da al edificio como espacio de trabajo?
Nosotros hemos hecho cientos de miles de metros cuadrados de oficinas y varios edificios corporativos. Tienen una cosa interesante y es que atienden a todo lo que tiene que atender en un edificio donde se trabaja, pero, además, debe representar a la organización y eso le añade un carácter simbólico que siempre es interesante para el arquitecto, es una capa más. La otra cuestión es universal: cómo debe ser el entorno donde pasamos un montón de horas trabajando. Y la última reflexión es cómo queremos trabajar. Hay muchos inputs distintos. Es más fácil definir cómo vivimos. Las casas son de quien las habita, hay que entender la familia, descifrar cómo quiere vivir y que su casa le responda bien. Es una gran responsabilidad, pero los destinatarios son identificables. En cambio, en los espacios de trabajo, el usuario es una comunidad grande y diversa. Y, además, la organización decide, alguien debe tomar la responsabilidad. Entender bien estas necesidades, ser fiel, añade al arquitecto una carga más de responsabilidad. Tiene que intentar no fallar a los objetivos de las corporaciones, pero también de los usuarios.

¿Se difuminan las fronteras entre espacios de trabajo y para vivir?
Hace muchos años que hemos notado esta invasión mutua; tengo escrita alguna cosa sobre ello y gente tan influyente como Sennett ha escrito largamente sobre este asunto. Lo puedes ver desde dos puntos de vista diferentes. Uno, como el fenómeno del entorno de trabajo que se humaniza, se hace más doméstico y amigable. El otro es esa visión crítica que, al final, lo interpreta como excesiva fluidez del trabajo, que ya no es tan sólido como antes. Uno no tiene su puesto de trabajo, su mesa, su silla…, estás compartiendo todo y, al final, empieza a materializarse la debilidad del vínculo.
Creo que la realidad no es una cosa ni otra. Más allá de los vectores políticos y económicos hay un sustrato interesante y bueno que es conseguir que los espacios de trabajo nos permitan trabajar y tener una vida mejor. En mi opinión, hay una sincera y razonable expectativa de que el sitio donde trabajamos sea un sitio donde merece la pena pasar el tiempo. Esto ha desembocado en una humanización de estos entornos que yo veo como muy positiva.

¿Los arquitectos os tenéis que adaptar a esta situación?
No solo adaptarnos, sino impulsarla. Lo hemos hecho en muchas ocasiones. Ya estábamos hablando de esto hace veinticinco años en algunos proyectos. La gestión del ambiente de trabajo significa organizar espacios para compartir, ambientes de equipo. Compartir no quiere decir que no tengas espacios de concentración, de intercambio o de descanso, En el mundo anglosajón encontramos personajes como Frank Duffy que estudió a fondo las presiones que había generado toda la industria del equipamiento. Es curioso como la onda ha sido lenta pero intensa… Hay un término revelador de los años 60: la oficina paisaje que nos lleva a la actual nació en aquella década. Creada, en parte, por la presión de los fabricantes, pero, también, producto de una aspiración a un espacio de trabajo más humano.

La exposición en el Espacio Simon100 sobre vuestros veinticinco años se apoya en el proyecto del Mercado de los Encants de Barcelona.
Se trataba de un encargo muy singular, icónico. Y además hemos hecho un ejercicio de humildad al disponerlo todo en el suelo evitando los pedestales con las maquetas y los dibujos impecables… no estaba mal desmitificarnos. Por muy elevadas que sean las ambiciones, el estudio b720 no es más que un grupo de personas trabajando cada día para resolver problemas e intentando prestar este servicio a los que nos llaman. Visualizarlo en el suelo, como en el mercado, no estaba mal.
¿La obra de Els Encants resume la trayectoria de Fermín Vázquez?
Es difícil resumirla en un proyecto, pero éste es uno de esos encargos que entran una vez en la vida. Con la ventaja de que incluye muchas cosas a la vez porque tiene una importantísima función urbana no solo como equipamiento sino como forma. Es espacio público y edificio, es comercial, pero es público, es un lugar de trabajo y un lugar vinculado a la vida íntima de generaciones de personas, forma parte de la memoria histórica, pero es nuevo… Está respondiendo a un programa milenario y tiene desafíos estrictamente contemporáneos que tienen que ver con la logística… Todas estas cosas que hemos tenido que atender no es probable que coincidan en un solo edificio. Pragmático y simbólico en sentido literal. En ese aspecto, no digo que resuma nuestra historia, pero es un fantástico proyecto para apoyarnos en él y contar nuestra trayectoria. Además, tiene reflejos y la metáfora nos venía bien. Solo aquí se nos ocurre hacer un rastro de diseño. Su propia energía y su alma resisten cualquier cosa.
ENTREVISTA MARCEL BENEDITO FOTOGRAFÍA RETRATO SARA RIERA FOTOGRAFÍAS ADRIÀ GOULA, RAFAEL VARGAS, NELSON KON, DUCCIO MALAGAMBA