Hemos recuperado el viejo ventilador porque produce un frescor sostenible. Lo preferimos con colores y aspecto vintage para compensar la soberbia con que lo sustituimos por los equipos de aire acondicionado. Íbamos de sobrados y ahora no tenemos para pagar la factura de la luz. Pero el susurro del ventilador nos recuerda que seguimos siendo amigos.
Una de las consecuencias positivas de la crisis energética es que nos obliga a desempolvar sistemas de confort que no precisen derrochar energía eléctrica a cascoporro. De repente, lo que era vintage se convierte en amigable con el planeta.
El aire acondicionado, ese pródigo aparato empeñado en consumidor un chorro de carísima electricidad, se ve “sorpassado” este año por el ventilador de toda la vida que lo adelanta silbando con su característico ruidito. Nunca se habían instalado tantos ventiladores de techo como este verano en Europa y, la verdad, con el aire en movimiento recuperamos sensaciones de bienestar muy agradables. De paso nos ahorra las clásicas discusiones de oficina sobre la temperatura más adecuada en una estancia y nos evita tener que aguantar al jefe con sobrepeso que gusta de tener la sala de reuniones a 19º C, como un secadero de jamones.
La crisis energética nos obliga a desempolvar sistemas de confort vintage
El ventilador vuelve con la misma energía que el disco de vinilo y ese crepitar entrañable que la música digitalizada (o el frío digitalizado) no puede alcanzar. Los modelos más modernos presentan unas aspas diseñadas por ingenieros aeronáuticos o están encerrados en carcasas variopintas y giratorias donde esconde los brazos. Los más divertidos simplemente remiten a los viejos ventiladores de novela negra con colores empolvados y rejilla protectora. Son aquellos cacharros ruidosos que refrescaban con más pena que gloria las oficinas mugrientas del curtido detective privado de Sunset Boulevard. No podían faltar en una buena novela de Chandler.
Cuando las oficinas sufrían los rigores del verano –y en este bendito país sabemos lo que es trabajar con calor– el ventilador de sobremesa se añadía a los adminículos del escritorio apoyado en el listín telefónico para encontrar la altura adecuada, bien lejos del cenicero y de los papeles importantes. Tenía tres velocidades porque los exagerados componen una parroquia muy numerosa y hay que complacerlos.
Allí, sobre la mesa de trabajo nos contemplaba o se ponía a charlar con su primo el flexo. Los dos son muy parecidos, los dos hablan en susurros y levantan poco más de un palmo. No tienen prisa ni nada mejor que hacer mientras dejan que el tiempo, en este sorprendente siglo, les acabe dando la razón.
LOS EGIPCIOS TENÍAN RAZÓN
Los ventiladores más antiguos eran simples abanicos con mango fijo que aparecen en la cultura egipcia representados en jeroglíficos. En la antigua Grecia y en Roma se utilizaban los flabellum, tal como se aprecia en pinturas donde se ve a esclavos que los manejan. El abano era un bastidor con tela gruesa que se colgaba del techo y se movía mediante un sistema de cuerdas y poleas que usaban los árabes a principios del siglo VII. También se encuentra en la India y Medio Oriente con el nombre de punkah. En China, el origen del abanico rígido se sitúa hacia 2697 a. C. con el emperador Hsiem Yuan.
Schuyler Skaats Wheeler fue un ingeniero eléctrico norteamericano que inventó a finales del siglo XIX el primer ventilador eléctrico, que fue comercializado por su empresa Crocker & Wheeler, en Nueva York.