Su personalidad y cercanía eran tan notables que, durante décadas, fue el fiel compañero de sobremesa al que llamábamos por su nombre de pila. La tecnología intempestiva y avasalladora lo ningunea desde hace unos años y lo empuja a la extinción. De momento, hemos enfriado la amistad y lo llamamos por su nombre y apellido: Teléfono Fijo.

El gran Italo Calvino auguró que este milenio estaría caracterizado por tres rasgos: levedad, rapidez y consistencia. Se diría que estaba pensando en una campaña para vender teléfonos móviles en vez de preparar el terreno teórico para la nueva literatura. Hay un antes y un después del día en que nos metimos en el bolsillo ese aparatito llamado móvil que empieza a desvelar a los padres y que parece haber encontrado ya su punto óptimo de evolución y tamaño, tras muchos titubeos.

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Conferenciar con Massachussets

Pero antes de esa era, los teléfonos eran unos nobles artilugios que nos permitían hablar con la prima del pueblo, conferenciar con Massachussets y avisar en casa que llegábamos tarde. Tenían sus dominios en la mesa del despacho, los salones de las casas, las barras de los bares y las cabinas telefónicas. Habían transformado su pesado cuerpo de baquelita en modernos modelos coloreados con forma de estuche y hasta de plátano. Habían sustituido de forma temeraria el agradable disco de marcar por unas teclas supersónicas que se ubicaban en el propio auricular. Su segundo apellido, Góndola, era sinónimo de modernez y equivalía a tener un Wharhol en el despacho, pero en versión campechana.

En los próximos años, las redes de cobre estarán desfasadas

En el mundo de la empresa, el fijo había sumado funciones y permitía su uso como centralita, intercomunicador, dispositivo multiusuarios, inalámbrico y alguna cosilla más, lo que demuestra la vocación de servicio del abuelo. Solo tenían un pecado original que, a la larga, ha resultado ser su condena. Dependía de un cable para funcionar. Mejor dicho, de muchos cables de cobre que poblaban nuestras ciudades y que todavía andan por ahí trepando por las paredes como las raíces de una buganvilia muerta que aún no hemos decidido podar. Depender de un cable no menoscaba el mérito de un artilugio tan útil y longevo como el teléfono de sobremesa, pero, como se ha visto, le impide competir en igualdad de condiciones con los móviles, o celulares (como se conocen en el mundo anglosajón más reacio a las palabras de origen griego) de forma que su destino está enredado en un cable extensible que, para su mal, ha desarrollado demasiados nudos.

Eclipsado por pequeños ordenadores

El discreto teléfono fijo pertenece a un siglo en el que aprendimos que la comunicación era el antídoto contra los fanatismos, que el mundo es mucho mejor si podemos hablar entre nosotros y que la amistad es un jardín que hay que regar con palabras. Pero eso no le sirve para perpetuar su camino, eclipsado por esos pequeños ordenadores personales que se disfrazan de teléfono para confundirnos. Las oficinas están sentimentalmente ligadas al teléfono de sobremesa por su carácter de espacio de trabajo fijo. Comparten apellido lo que nos lleva a pensar si no estarán marcadas por el mismo destino de su artilugio favorito.

Cuando llegue el momento de meternos la oficina literalmente en el bolsillo se habrá cerrado un ciclo.

El teléfono con apellido

SUENA EL TELETRÓFONO

El teléfono es un dispositivo de comunicación creado para transmitir señales acústicas a distancia mediante impulsos eléctricos. Fue inventado por el italiano Antonio Meucci que construyó en 1854 el primer prototipo en Nueva York al que llamó teletrófono. Para su desgracia, no formalizó la patente por dificultades económicas, presentando solo una breve descripción del invento en la Oficina de Patentes de Estados Unidos el año de 1871.

En 1876, el escocés Alexander Graham Bell lo patentó formalmente, utilizando la idea de Meucci y, durante muchos años, fue considerado inventor del teléfono. A pesar de que se iniciaron acciones legales por fraude contra la patente de Bell, el proceso embarrancó en un mar de recursos presentados por sus abogados, hasta cerrarse en 1889, al morir Meucci.

El 11 de junio de 2002, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una resolución en la que se reconoce que el verdadero inventor del teléfono fue Antonio Meucci.

  • Texto Marcel Benedito
  • Fotografía Archivo Do